DE ACUERDO AL RELOJ QUE MARCA EL RITMO DE TU VIDA.
Escribir, para mí, es cuestión de varios elementos. Inspiración (el cual se manifiesta en una serie de pensamientos profundos mezclados con una sensación intensa de ahogo). La canción perfecta a ese desahogo (la cual escucho al momento de escribir, pero ya he venido escuchando durante varios días). Para el momento de escribir, ya tengo claro qué es lo que dicha canción me produce y cómo esto está relacionado al tema. Y, el ambiente del lugar. (Normalmente, no pienso en qué lugar quiero escribir, sino que cuando llego a un lugar y conecto con el mismo, y ello con las emociones e ideas que he venido cocinando, entiendo que es en ese lugar y en ese momento dónde debo escribir).
Hoy, sin embargo, aunque tengo la canción, tengo el lugar, y tengo las ideas; tengo también otro elemento... ¡Miedo!
Tengo miedo de expresar lo que pienso... tengo miedo de dejarme llevar por las ideas embotelladas... tengo miedo de quitar el tapón sin querer quitarlo. Tengo miedo de mi arrogancia y de mi vulnerabilidad.
He intentado, sin obtener frutos, quitarme estos pensamientos y catalizar mis emociones de otra forma. He intentado de todo... Estoy intentando germinar unas semillas de manzana que se niegan a germinar. He estado cuidando una plantita de marihuana que me regalaron... me he alegrado con el nacimiento de lo que parecen ser hongos psilocibios en una de las materas de mi casa, y con la germinación de una semilla grande de una fruta cuyo nombre no recuerdo. (Siempre que subo las escalas, la miro y le saludo como si día a día le diera la bienvenida al mundo).
Saco a caminar a mis perros a una manga, detrás de un caño (que asimilo como rio para mi beneficio espiritual, pero de lo que ya queda poco) que es muy calmado, callado (salvo por un vecino en ese lugar que se empeña en parrandear los Domingos de noche) y me permite poder tomarme un momento para mí, solo, con mi cigarrillo... que me duele al encender y me vuelve a doler al apagar. Camino con mis perros a un parque que está de camino desde la manga, y en el camino me complazco mirando una planta de Brunfelsia, y más adelante en ese trayecto, me detengo al frente de una casa a mirar las flores de Brugmansia Arborea... Pienso: "¿Cómo plantas tan poderosas crecen tan desapercibidamente por ahí? - ¿Sabrán estas personas de sus propiedades?" y me gusta hacerlo porque siento en ello una conexión a un pasado que solo veo en ciertos libros empeñados en contar la verdad. Tres o 4 veces al día hago este mismo recorrido, y juro por dios que no es un movimiento mecánico, sino una pequeña, pero satisfactoria fracción de belleza y paz.
También salgo a correr, y juego football americano en el club de Broncos de Bello. Allí juego como corredor o (RB - Running Back) y por ello salgo a correr.
Me gusta correr porque en ese momento solo existe la música. Me pongo mis audífonos y a decir verdad, hasta se me olvida el tráfico. Correr en esta ciudad está limitada a ciertas áreas y cierta hora. En cualquier otro lugar u hora del día, las personas te toman, inicialmente, como un ladrón huyendo. Apretan sus bolsos contra sus costillas, y abren sus ojos clavándote la mirada, relajando los músculos al verte pasar.
Hace poco empecé con esto. Salí a correr y llegué hasta unicentro. Durante todo el trayecto, no dejé de pensar en la película Forest Gump (y en mi hermana riéndose de mi) ya que, debido a todo lo que he tenido embotellado, creo que entendí por qué corrió sin parar por todo el país, y hasta sentí ganas de tener la valentía de por lo menos intentarlo. El trayecto de ida y vuelta se me hizo corto. La siguiente experiencia fue desde el estadio hasta mi casa, corriendo sin parar ni bajar el ritmo. Llegué con los pies a explotar. La tercera fue hasta la terminar de Santra en Belén (Santra es una compañía de buses o flotas como es popularmente conocida) nuevamente, manteniendo el ritmo y sin parar. Creí que los tobillos y la pantorrilla se iban a explotar.
Los Viernes voy a entrenar con el equipo, y me esfuerzo porque no quede gota de sudor sin derramar. Quiero hacer todo lo que mis entrenadores esperan que yo haga, y más.
Regreso a casa molido, y sanando la curiosidad de las personas que no han visto el atuendo de Football americano tan de cerca, y se quedan mirándome. (Algo hasta chévere, porque las personas asumen que si juegas este deporte, debes ser alguien rudo y es mejor dejarte tranquilo... o eso pienso yo).
Por otro lado, pero con el mismo fin, sigo mi plan de lectura, aunque ahora de una forma más sistemática y programada. El Sábado (que sentía que los pies se me iban a desbaratar) puse los pies en agua helada, y allí sentado me leí casi un capítulo completo del libro. (un capítulo en ese libro es entre 50 y 75 páginas, y por tres páginas no lo terminé en esa sola sentada.) Para algunos, un capítulo de lectura continua no es nada... para mí es un gran logro en mi educación lectora.
TODO ESTO son las actividades que componen mis semanas desde hace un mes, aproximadamente... y aun no logro dejar de sentirme roto, incompleto, adolorido, triste, solo (aunque entiendo que esta emoción es injusta ya que he contado con el amor de personas que, textualmente, se han echado la carga a sus hombros), y perdido. Esta es la que más me duele, como un dolor independiente al que normalmente siento. Me duele sentirme perdido y divagante de la vida.
Hablo con el Creador, hablo con la Madre Tierra, prendo inciensos, hago meditación... pero nada remedia el hecho de que tengo que sentarme frente a frente con esto que siento... con esta decepción... con este fracaso... con esta pena; salvo, claro, cuando hablo de ello, y me reconcilio conmigo mismo, y con la verdad de que no hay nada de malo con estar en la zona de pits... no hay nada de malo con estar varado; no hay nada de malo con sentirlo y abrazar eso que se siente, no hay nada de malo con sentir la vida incompleta, con sentir que algo te hace falta, y ciertamente, no hay nada de malo con que la gente lo sepa. Es más frecuente de lo que se cree, pero no hay nada malo con que la gente te vea vulnerable porque te das la oportunidad de serlo. Eso no te convierte en víctima, ni en el "pobrecito" de nadie. Simplemente, estás viviendo de acuerdo al reloj que marca el ritmo de tu vida.
Comentarios
Publicar un comentario